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Mathias Klotz: "Siempre he desconfiado de la arquitectura espectacular"

11/04/2012
El arquitecto chileno Mathias Klotz, autor de obras como la Casa Klotz, el Colegio Altamira o Bodega Las Niñas, ha llevado sus proyectos a América del Sur, Asia y Europa, donde también ha dictado decenas de conferencias. El 19 de abril de 2012 brindó una conferencia en el auditorio de la Facultad de Arquitectura.

Dos años antes de graduarse ya había empezado a trabajar como asistente en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y desde entonces combina el trabajo académico con los proyectos de su estudio. El arquitecto chileno Mathias Klotz, autor de obras como la Casa Klotz, el Colegio Altamira o Bodega Las Niñas, ha llevado sus proyectos a América del Sur, Asia y Europa, donde también ha dictado decenas de conferencias. El 19 de abril de 2012 brindó una conferencia en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de Universidad ORT Uruguay sobre sus proyectos recientes. En la entrevista que le realizamos, Klotz opinó que “la arquitectura no se trata de hacer algo singular, sino de resolver un problema práctico”. En este sentido, contó que en sus años de estudiante “el discurso era que el cliente era una excusa para que uno hiciera su proyecto, pero con el tiempo he entendido que el cliente es la persona clave”. Y agregó: “Un proyecto que no satisfaga al cliente a plenitud no tiene ninguna posibilidad de éxito, aunque se construya”. Además, el arquitecto dijo que siempre ha “desconfiado bastante de la arquitectura espectacular, que es un cáncer de la arquitectura contemporánea”.

-Usted es decano de la Universidad Diego Portales desde 2003 de forma ininterrumpida

-Sí. En nuestra universidad el decano se elige por una propuesta que hace un grupo de búsqueda compuesto por académicos de la facultad más el vicerrector académico y representantes de otras facultades. Al rector se le presenta una terna y este elige al decano. El rector también puede proponer. En mi caso, fue una terna propuesta por los académicos. Los decanos no tienen plazo, sino que son cargos de confianza del rector. Son evaluados año a año y en cualquier momento les pueden pedir que se vayan.

-¿Cómo ha sido desempeñar ese puesto durante casi una década?

-Entré a la Universidad Diego Portales en 2001 para formar la Escuela de Arquitectura. Ya había una Escuela de Diseño que tenía siete años de antigüedad. En mi período de decano he creado la Escuela de Arte, la maestría (que ya está en su quinta versión) y otras unidades académicas; una se llama Unidad de Servicio Externo, que es una oficina de arquitectura en el interior de la facultad hecha por profesores y alumnos de la facultad que trabajan de forma independiente. Ha sido un trabajo que ha mezclado la burocracia con el protocolo propio del cargo, pero que me ha dado la posibilidad de ir haciendo proyectos nuevos año a año. Ahora estamos con la idea de hacer una Escuela de Paisaje que funcione de forma paralela a la Escuela de Arquitectura. Cuando se acabe todo nuestro crecimiento y la cosa se transforme en algo rutinario, o me van a echar o me voy a ir [risas].

-¿Cómo combina esa tarea de decano de una universidad con su producción arquitectónica propia?

-Yo trabajo aproximadamente medio día en la facultad y medio día en mi estudio. En cada una de las escuelas tengo un equipo de directores que son muy buenos y muy competentes. Hacen su trabajo de manera impecable. La clave está en el equipo. Si yo tuviera un equipo malo, no podría hacer nada ni en la facultad ni en mi estudio.

-¿Una actividad no obstaculiza la otra?

-Es que a mí la universidad me interesa. Mi primer nombramiento como asistente fue en 1988 en la Universidad Católica. Apenas terminé de ser estudiante pasé a ser ayudante, después instructor, etcétera. No es que una cosa me quite la otra; una cosa complementa a la otra. Así ha sido siempre y espero que siga siéndolo.

-¿Cómo ha ido cambiando su visión sobre la arquitectura desde que empezó en esta profesión hasta hoy?

-Llevándolo a términos de caricatura, cuando estudié arquitectura el discurso era que en el fondo el cliente era una excusa para que uno hiciera su proyecto, pero con el tiempo he entendido que el cliente es la persona clave. Un proyecto que no satisfaga al cliente a plenitud no tiene ninguna posibilidad de éxito, aunque se construya. De hecho, hemos hecho proyectos que se construyeron y ganaron premios, como el Colegio Altamira [obtuvo el segundo premio en la Bienal de Miami en 2002], pero que nunca cuajó bien con el equipo de gente que maneja ese colegio. Hasta el día de hoy recibimos quejas de que está mal diseñado o de que tal cosa no funciona. Tiene que haber una integración de los requerimientos con la propuesta de arquitectura, que tiene que ser absolutamente fluida. Si eso no sucede, las cosas no resultan.

-¿Piensa que ese cambio en la concepción de la arquitectura que usted tuvo es el camino natural que atraviesa todo arquitecto?

-En mi facultad he tratado de hacer énfasis en que la arquitectura no se trata de hacer algo singular, sino de resolver un problema práctico. La manera correcta de trabajar es resolver el problema para todo, también para el contexto, que no es solo la cosa física que nos rodea, sino toda la trama de intereses sociales, públicos, etcétera, que están detrás de este encargo. En una presentación que hice recién, la explicación de la arquitectura ocupó un 30%, y el otro 70% restante fue la explicación de cuál es el negocio que está montado detrás de la renovación de ese lugar.

-Usted ha dicho que “la buena arquitectura llama la atención por no llamar la atención”. ¿Lo que estaba diciendo viene por ese lado?

-No solamente. Esa frase tiene que ver en términos netamente arquitectónicos. Yo siempre he desconfiado bastante de la arquitectura espectacular, que es un cáncer de la arquitectura contemporánea. En el minuto en que la arquitectura pasó a ser un objeto de consumo –no hace mucho tiempo atrás–, igual que un panfleto publicitario, los arquitectos perdimos mucho terreno. Creo que los Calatrava son lo más nefasto que existe para la arquitectura. Pero hoy en día no hay alcalde de una ciudad que no quiera tener una postal de él o que no lo contrate, y él le repite el mismo puente colgante que no cuelga y así sale en todas partes. Siendo bien políticamente incorrecto, acá en Uruguay tienen un ejemplo que es absolutamente deslumbrante. Hicieron un nuevo aeropuerto porque el anterior les quedaba pequeño, pero el nuevo aeropuerto que hicieron no tiene ninguna posibilidad de crecer. Ninguna. Y tiene cuatro mangas. Ese aeropuerto es obsoleto. Acaban de inaugurarlo y no sirve para nada. Les sirve hoy, pero pasado mañana ya no va a servir. Tienen un elefante blanco que sale en todas las postales pero que como proyecto de arquitectura no resuelve los problemas, porque nadie puede pensar un aeropuerto para que dure cinco años. Hay que proyectarlo para 50 años.

-Para usted, ¿en qué arquitecto o en qué tendencia arquitectónica recae hoy esa “buena arquitectura” de la que habla?

-La línea de pensamiento de Lacaton y Vassal me parece extraordinaria. Es una pareja de arquitectos franceses con sede en París. Animo a que los estudien, porque la línea de reflexión que siguen en cada proyecto es absolutamente singular. Es muy inteligente y no está basada en una forma exitista de imagen de lo que producen. Los proyectos son muy disímiles uno del otro. Es muy difícil que uno reconozca a Lacaton y Vassal viendo una imagen de uno de sus proyectos. Probablemente, ese es un buen indicio de que ellos están enfocados en el problema de la arquitectura y no están repitiendo un modelo, una fórmula o una forma.

-Uno de los proyectos que usted ha finalizado recientemente es el de la biblioteca de la Universidad Diego Portales. ¿En qué consistió?

-En una universidad que está muy congestionada, se tomó la decisión de liberar espacio en las facultades y concentrar todas las bibliotecas de esas facultades en un único edificio. Los espacios que ocupaban las bibliotecas se destinaron a salas de estudio de alumnos, porque ese era un déficit inmenso que había. Una universidad en la que sus alumnos permanecen luego de salir de clase es una buena universidad como infraestructura física. Cuando no hay espacio y tienen que irse a sus casas, se pierden dos tercios de la gracia de una universidad, que es que sea un lugar de encuentro entre docentes y alumnos. Y todavía mejor si ese encuentro puede ser con alumnos de distintas carreras. Que aquí haya alumnos de economía y de arquitectura me parece muy bueno. Además, los alumnos de arquitectura se van a buscar novias economistas que nos van a poder financiar [risas]. Todos esos cruces que puede producir la vida universitaria hay que provocarlos.

-Del resto de los proyectos en los que está trabajando, ¿hay alguno que destaque particularmente?

-Todo en lo que estoy trabajando me interesa. Desde los proyectos comerciales que hacemos (por ejemplo, construimos todos los locales de comida de una cadena masiva que hay en Santiago, que podría ser el proyecto más vulgar, en términos de que es netamente comercial) hasta el conjunto de vivienda social, que es un proyecto que me interesa mucho por la posibilidad de lograr hacer algo en que el crecimiento sea posible bajo una lógica digna, inteligente y económica; usar de mejor manera los recursos que hoy en día se gastan.

-¿Cómo está conformado su estudio?

-Son ocho arquitectos que vienen de distintos lugares. Tengo dos españoles, y el resto son chilenos que vienen de varias universidades. De mi facultad debe haber un par, después hay otro de la Católica, otro de la de Chile y después tenemos alumnos en práctica [pasantes], que siempre son tres o cuatro.

-¿Cómo funciona el sistema de pasantes?

-En la facultad tenemos tres vías de titulación. Una es titularse con un proyecto de título, por la vía convencional, donde hay un aula de título y un maestro guía al alumno. La otra es que los alumnos hagan una maestría, en la que hacen un proyecto y después elaboran una tesis. Y la tercera vía es a través del estudio de arquitectura, que se ha masificado enormemente.

En el mercado, cuando yo estudiaba, había cupos para 200 alumnos en el país entero aproximadamente, y ahora probablemente hay para 2.000. Además, antes, de toda la gente habilitada para ir a la educación superior solo había espacio para el 7% de los alumnos. Pese a que la educación era gratuita, iban los alumnos de los mejores colegios, con padres que podían pagar una universidad. Los de las escuelas públicas no podían ir porque los cupos se llenaban. El sistema de admisión es por puntaje: uno termina la escuela y todos los alumnos toman una prueba a nivel nacional. Eso te da un puntaje, además de las calificaciones de tus últimos cuatro años. ¿Quiénes tenían los mejores puntajes? Los alumnos de los mejores colegios, que eran privados y luego iban gratis a la universidad. Hoy, en Chile, el 52% de los alumnos que terminaron la escuela llegan a la universidad. Es un estándar europeo. De ese 52%, en nuestra facultad hay un alto porcentaje de alumnos de primera generación. Además, vienen de estratos socioeconómicos diversos, entonces la inserción de esos alumnos en el mundo laboral es más compleja porque no tienen ninguna red de contactos. Por eso establecimos que alumnos con buen desempeño pueden optar por hacer una práctica profesional pagada de un año en un estudio de algún docente de la facultad y tienen que entregar tres informes de esa práctica. En un año el estudiante realmente puede entender, conocer y participar en un proyecto, desde que se empieza a dibujar hasta que, al menos, se empieza a construir.

En mi estudio siempre tengo un pasante por esa vía. Al obtener el título, o nosotros lo contratamos o siempre me llama alguien preguntando por un buen arquitecto joven. Esos estudiantes tienen un año ganado. También puede pasar que se despabilan, se juntan con dos amigos y montan su propio estudio. Esta tercera vía propone una inserción laboral bastante más democrática que las otras porque con ella los estudiantes tienen una posibilidad muy real y muy buena.

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Video de la conferencia


Sitio web de Mathias Klotz

*Mathias Klotz nació en abril de 1965 en Chile. Obtuvo el título de arquitecto en la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1990. Ha sido profesor de taller de la Universidad Católica, Universidad Central, Universidad Federico Santa María, Universidad Diego Portales y el Instituto Universitario de Architetura de Venezia. Ha impartido seminarios para pre y postgrado en Argentina, México, España y Uruguay. Ha sido director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Diego Portales (2001 – 2003) y desde el 2003 ejerce como decano de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la misma universidad. Ha dictado conferencias en Alemania, Canadá, China, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Suecia, Uruguay y Venezuela, entre otros. Su obra ha sido publicada en numerosas revistas especializadas. Ha construido en Argentina, Chile, China, España, Líbano y Uruguay. Entre sus premios destacan: en 2011, premio distinción Modular Building Institute (Restaurant Rucary); en 2010, Green Good Design (Casa La Roca); en 2002, segundo lugar Bienal de Miami (Colegio Altamira) y tercer lugar Bienal de Miami (Casa Reutter); en 2001, premio Borromini, sección arquitecto menor de 40 años, Roma; en 2000, finalista del premio Mies van der Rohe (Casa Reutter); en 1998, finalista del premio Mies van der Rohe (Casa Müller). Entre sus obras se destacan: Casa Klotz, Casa Müller, Casa Reutter, Colegio Altamira, Bodega Las Niñas, Pabellón Suboficiales Solteros, Casa Ponce, Plan de infraestructura Universidad Diego Portales. Últimamente construyó la nueva biblioteca central de la Universidad Diego Portales y trabaja en numerosos proyectos relacionados con la reconstrucción del borde costero.

Entrevista publicada en abril de 2012

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