La muestra de arte digital del Arq. Gastón Boero, que se lleva adelante en el Hall de la Facultad de Arquitectura de ORT, ofrece distintos puntos de abordaje al momento de obtener conclusiones sobre la misma.
En una primera lectura, de características casi automáticas, el autor propone una temática que aflora desde la epidermis misma de las obras: un recorrido por hábitos, costumbres y visiones profundamente ligadas a la identidad nacional, como el campo y la playa.
Con un sentido del humor personal y disfrutable, en tanto levemente irónico y casual revelado en el nombre mismo de la muestra, nos invita a acompañarlo en un paneo de visiones que seguramente a los uruguayos nos resultan atractivas desde lo identitario. Desde aquellas situaciones que enmarcadas en hábitats comunes a la sociedad, nos reconfortan como habituales, casi costumbristas, como parte de vivencias que atesoramos en calidad de situaciones de vida.
Desde un título personalizado en cada obra, Boero le habla a lo diario, al manejo de dichos simples que podrían estar en boca de cada uno de nosotros, aumentando así el sentimiento de propiedad, de identificación del observador en cada trabajo.
Desde otro punto de vista, el abordaje de la expresión artística mediante el empleo de técnicas digitales aporta, en tanto instrumento, un concepto de aggiornamento en la exhibición de esa identidad tradicional; nuestro ojo está hoy acostumbrado a fotos satelitales desde plataformas digitales, imágenes publicitarias, conjunciones de píxeles cuya percepción de totalidad muchas veces no se recibe a primera vista.
A partir del conocimiento de la personalidad del autor, resulta evidente e incontrastable este sentido de puesta al día de la expresión, utilizándola además como instrumento generativo en sí mismo, como dinamizadora de propuestas, como motor en la creación de imágenes; este factor resulta altamente estimulante en toda actividad creativa… a la manera de contagio incontenible, una imagen nos llevará a la siguiente y así seguirá la dinámica, en una cadena de actos que a veces puede amenazar con no tener eslabón final.
Paradójicamente, resulta también una obra que nos acerca a lecturas impresionistas o posimpresionistas: el todo de cada trabajo nos habla de la desmaterialización del modelo en manchas y colores como símbolos de luces y sombras que declaran independencia respecto al dibujo previo, que hablan de la libertad del pigmento frente a los límites del trazo; la oportunidad invita a pensar en una novelada visita de Monet a nuestros campos y playas, a imaginar que cualquiera de nuestros parajes tuviera el espíritu de Giverny.
A su vez, al acercar nuestro ojo a distancias mínimas podremos descubrir muchas veces un espíritu puntillista, el espíritu de un uso de los colores en pequeñísimas cápsulas cromáticas que juntas y ensambladas unas junto a las otras, obran en nuestra retina para darnos ese todo expresivo: quizás Seurat hubiera encontrado en nuestros ríos y arroyos, su Grande Jatte algún domingo de tarde.
Probablemente, a más de uno, como a quien escribe, este ir y venir en el tiempo le redunde en un juego estimulante de esos que disparan las ganas de hacer, de expresar sin importar técnicas, ni bases, ni motivos, ni disciplinas… al final de cuentas, ya lo dijo Klimt desde su trono de la Secesión Vienesa:
A cada tiempo su arte, a cada arte su Libertad…
Arq. Jorge Migues.
Setiembre 2023.